domingo, 19 de mayo de 2013

DIONISIO (BACO ROMANOS)











Dioniso (Baco romanos)


Dioniso, hijo de Zeus y Semele, es el famoso dios del vino, sobre todo si lo toma­mos en la forma de Baco, aunque su significación en la cultura griega es mayor. Como dios de la vegetación y del éxtasis, Dioniso fue uno de los dioses más impor­tantes del panteón durante el periodo He­lenístico (325-30 a.C.)
Dioniso era originalmente adorado en Tracia y en Frigia, donde cumpliría la misma función que Deméter. Hasta más tarde no empezó a introducirse su figura en la mitología griega. En la obra de Homero, que vivió sobre el 800 a.C, todavía se le trata como un dios menor, aunque posteriormente su culto es de los más exaltados. Sus principales discípulas, las Ménades («locas») o Bacantes, eran famosas por el fervor de su devoción. Con giros frenéticos alcanzaban el éxtasis vestidas con pieles de ciervo, mientras vagaban con antorchas y cayados llamados thyrus que estaban rematados con madera de pino y envueltos en hiedras y viñas. Incluso a veces devoraban animales vivos.
Dioniso fue concebido por Zeus y Semele, hija de Cadmo, fundador de Tebas. Zeus le hizo el amor en forma humana, pero después de sufrir el engaño de la celosa Hera, la joven quiso ver al dios en su forma verdadera. Zeus sabía las terribles consecuencias que acceder a su deseo podía conllevar, pero no se negó a ello. Cuando Semele vio a Zeus en todo su esplendor quedó abrasada (ver Semele), pudiendo el dios salvar a Dioniso del vientre de su madre justo a tiempo. Hizo una hendidura en su pierna e insertó al pequeño dios en ella. De esta manera nació Dioniso poco tiempo después. Ino, hermana de Semelé, se apiadó de él y lo cuidó un tiempo (ver Ino).
Dioniso fue criado por las ninfas y por Sileno, un anciano robusto que montaba en un burro o tenía que apoyarse en los sátiros muy a menudo, dado su estado de embriaguez. Pese a estar borracho con mucha frecuencia, Sileno era un hombre sabio con el don de profetizar el futuro. El anciano fue parte del séquito del dios cuando ya era adulto. El resto lo formaban las ninfas, los sátiros y las Ménades.
Los sátiros siempre han sido representados con pezuñas y cuernos, e incluso Dioniso tuvo aspecto de animal durante un tiempo. Cuando Hera le impuso condiciones de vida complicadas, Zeus -quizá Hermes- le transformó en una cabra y le puso a salvo con las ninfas en el monte Nysa. Según otras versiones, fue en esta montaña donde Dioniso descubrió el secreto del vino y de la viticultura que luego extendió por todo el mundo.
Hay otras versiones sobre el nacimiento y los primeros años de Dioniso, que aseguran que el muchacho era hijo de Deméter o de Perséfone, lo cual indicaría su papel en ciertos misterios y ritos religiosos para iniciados. En este caso, Zeus debería haber tomado la forma de una serpiente. Después de la muerte de Dioniso a manos de los titanes según las órdenes de Hera, Zeus le dio su corazón a Semele para que se lo comiese, tras lo cual nació de nuevo y empezó la historia de Zeus y la joven. Uno de los epítetos que se le dedica al dios es el de «dos veces nacido», lo que se explicaría también por haber sido concebido en el vientre de Semele y haber nacido de la pierna de Zeus.
Como recién llegado entre los dioses, Dioniso no fue muy bien recibido. Hera le odiaba, pero otros dudaban de su divinidad. Licurgo, rey de los Edones, intentó matarle, pero Tetis, la diosa del mar se apiadó de él y dejó ciego a Licurgo. Penteo, rey de Tebas, lugar donde nació Dioniso, no le reconocía como divinidad. Dioniso llegó entonces a la ciudad disfrazado de joven apuesto acompañado de las Ménades y Penteo le mandó a prisión. Pero las cadenas que le sujetaban se cayeron y las puertas de la cárcel se abrieron para el dios, que le dijo a Penteo que las Ménades y las tebanas representarían orgías espectaculares en el monte Cithaeron (Citerión) bajo su encantamiento, lo que despertó la curiosidad de Penteo. Para poder ser testigo de tales excesos debería disfrazarse de mujer y esconderse en lo alto de un árbol, donde fue descubierto por las Ménades que, en pleno éxtasis, creyeron ver un Icón y, siguiendo a Agave, su madre y una de las Ménades más fanáticas le bajaron del árbol y le destrozaron. Agave volvió en sí después y enterró a su hijo, tras lo cual se exilió junto a sus padres, Cadmo y Armonía.
Esta historia encierra parte del miedo y de la aversión que muchos aristócratas griegos adoradores de los viejos dioses del Olimpo sentían por el nuevo dios y sus discípulas enloquecidas. En diversas ciudades se narraban historias de gente que, debido a su fanática adoración de Dioniso, se había vuelto loca y sufría ataques peligrosos. Es exactamente lo que les sucedió a las hijas del rey Midas.
Dioniso le dio a la humanidad el vino, regalo que provocó diversas reacciones. Según el mito ateniense, había instruido en la viticultura a ícaro y a su hija Erígone. Pero cuando sus vecinos se emborracharon temieron que se les estuviese envenenando y mataron a ícaro. Erígone se suicidó al ver lo que le había ocurrido a su padre y, como resultado, Dioniso castigó con la locura a los atenienses, provocando que muchas mujeres se ahorcasen como había hecho Erígone. Cuando los atenien­ses fueron conscientes de la injusticia cometida, decidieron celebrar un festival en honor de las dos víctimas colgando retratos en los árboles.
En Aetolia (Etolia), Dioniso fue muy bien recibido. El rey Eneo, cuyo nombre se parece a la palabra oinos, que significa «vino» en griego, le ofreció a su esposa Altea. De su unión nació Deianeira, futura madre de Heracles. Dioniso, agradecido, le regaló al rey el don de la viticultura.
Dioniso se casó con Ariadna, hija del rey cretense Minos, que había ayudado antes a Teseo a acabar con el Minotauro. Según algunas versiones, Ariadna había quedado abandonada en la isla de Naxos al marcharse Teseo, con el que había huido de Creta, y Dioniso se apiadó de ella. Otras versiones cuentan que Dioniso la reclamó como esposa y Teseo tuvo que ha­cer el camino de regreso a Atenas en solitario (ver Ariadna y Teseo).
El culto a Dioniso se extendió gradualmente por toda Grecia y más allá, pues sus túnicas frigias y su carácter exuberante recordaban a todo lo foráneo. Durante los meses de invierno en Atenas se celebraban diversos festivales por Dioniso, siendo los más famosos el Major Dionysia y el Minor Dionysia. La Anthesteria, celebración de febrero, era un festival floral en el que se consumía el vino nuevo y se traía a Dioniso en un barco -carrus navalis para los romanos. Este es el origen de la fiesta de carnaval que precede a la Cuaresma en el cristianismo y que retiene elementos de la locura de las Ménades.
Durante los festivales dionisíacos de marzo había comedias, tragedias y juegos de sátiros en el teatro de Dioniso situado al pie de la Acrópolis. La tragedia -del término griego tragoidia que significa «canción de cabra»- se desarrolló a partir de canciones y bailes que representaban los granjeros disfrazados de cabras. Así, el culto a Dioniso dio origen a un género literario que se lee y se representa no sólo en su formato original, sino que se ha ido modernizando hasta llegar a ser lo que es hoy día con las tragedias de los autores contemporáneos.
Con todo el énfasis de la embriaguez y el éxtasis, Dioniso representaba un aspecto peculiar de la civilización griega que contrastaba con la personificación sensible, intelectual, artística y controlada del dios Apolo. Dioniso también era adorado en Delfos, centro del culto a Apolo. En invierno, cuando éste salía para morar con una tribu que vivía en el Norte helado, se celebraban las festividades dionisíacas. En primavera, con el regreso de Apolo, Dioniso moría para renacer al año siguiente.
El Orfismo, en el que se asocia a Orfeo con Dioniso, fue el comienzo de la adoración de este último, que se desarrolló en el refinamiento teológico del culto que emergió en Grecia alrededor del siglo vi a.C. Al principio los sacerdotes de Dioniso persiguieron a los practicantes de este culto, pero finalmente el Orfismo se mezcló con el culto dionisíaco (ver Orpheus).
Baco, el dios romano del vino, era representado sobre los sarcófagos durante el Imperio Romano como figura salvadora que surge entre los muertos y promete la vida eterna. Cuando el cristianismo sustituyó a los viejos dioses, la figura del dios del vino se vio reemplazada por otro personaje victorioso frente a la muerte que era Jesucristo. Muchos otros ritos «satánicos» posteriores, en los que los participantes llegan a un estado de éxtasis a través del alcohol y las drogas, mantienen semejanzas con los ritos dionisíacos y bacanales en los que el dios se aparecía a sus discípulos en forma de cabra.
 

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